El período que media entre 1860 y 1880 había marcado en la economía europea el punto culminante de la libre competencia; la aparición de los monopolios no asume entonces sino un carácter esporádico. La crisis de 1873 y su liquidación inician un período de vasto desarrollo de los cárteles, pero éstos no se desenvuelven aún, sino excepcionalmente; carecen de solidez; representan todavía un fenómeno pasajero. Su aparición hasta asumir el carácter de base de toda la vida económica ocurre recién a principios del siglo xx y como una consecuencia de la acentuada prosperidad de fines del xix. Es pues durante el último cuarto de este siglo cuando aparecen en el horizonte mundial y transforman fundamentalmente la estructura de la economía. Durante el último cuarto del siglo xix la capacidad de producción de la industria europea había logrado límites en apariencia insuperables.
Entre 1870 y 1896 la potencia instalada en HP había crecido en el mundo desde 16 hasta 66 millones; dentro de esas cifras hay diferencias locales notables. Gran Bretaña había pasado de 4 a 13,7 millones de HP y Estados Unidos de 5,5 a 18,8 millones; Alemania que entraba con algún retardo en el proceso industrial, pasó durante esos años de 2,5 a 8 millones. La siderurgia que debe considerarse un complemento necesario de la potencia instalada, propició e1 aumento de la producción de acero en el mundo entre 1880 y 1899 de 18 a 40 millones de toneladas y en lo que afecta a la producción de fundición considerada ahora por países, corresponde expresar que entre esos mismos años Gran Bretaña la aumentó desde 8 hasta 9,5 millones de toneladas; Alemania desde 2,7 hasta 8 desde 2 hasta 2.5. A este respecto es preciso recordar que conducción mundial de fundición; 10 años más tarde era el 47%: pero a partir de 1890 Gran Bretaña, antiguo «taller del mundo» era aventajada en este rubro por Estados Unidos y poco después también por Alemania.
Los viejos equipos británicos que constituían desde muchos años antes el capital fijo de su industria, frenaban su desarrollo impidiéndole adoptar los procedimientos de mayor capacidad productiva. Las patentes de invención que constituyen el índice más preciso en lo referente a la renovación de los procesos industriales fue entre 1870 y 1900 de 236 mil en Gran Bretaña, de 125 mil en la naciente industria pesada alemana y de 550 mil en Estados Unidos.
La cuantiosa producción de que es capaz un aparato industrial accionado y facilitado por semejantes recursos técnicos precisaba un sistema de transportes suficientemente vasto para difundirse por las más variadas y distantes latitudes. Y en efecto la flota mundial mantenía en actividad en 1876, 5,7 millones de toneladas de vapores y 17 millones de toneladas de veleros; en 1896 esas cifras se habían transformado en 15,5 y 9,1 millones respectivamente. Las flotas a vapor en esos mismos años 1876 y 1896 eran, la de Gran Bretaña de 3,3 millones y 10,3 millones de toneladas; la de Alemania de 227 mil toneladas y 1,4 millones y la de Francia de 330 mil y 1 millón de toneladas. Semejante volumen de bodegas a flote había hecho posible que el tonelaje de registro neto entrado por ejemplo a todos los puertos británicos que en 1865 era de 14 millones, pasará en 1895 a 40 millones.
Por último, el vínculo necesario a la circulación de mercancías, entre los puertos y la fábrica o el mercado había contribuido a la expansión de las líneas férreas, que en 1880 eran siglo: ya la del telégrafo que entre 1880 y 1898 aumentó desde 415 mil hasta 687 mil kilómetros. La producción de mercancías concentradas desde luego de límites nacionales diversos grados de densidad; alcanzando ésta mero de empresas pueden ponerse de acuerdo entre sí mucho más fácilmente; la Transformación de la competencia en monopolio es pues uno de los fenómenos más característicos de la economía moderna; y lo es también finalmente la transformación del capital industrial en capital financiero. A la necesidad de encontrar salidas que podía resumirse antes en hallar colocación a los excedentes de artículos y de población, debe agregarse ahora la de los excedentes de capital. Al amparo de los extraordinarios recursos que la técnica ha puesto al servicio de la producción, Europa y Norteamérica han visto formarse durante los años que transcurren a partir de 1880, pero de manera mucho más acelerada a partir de los primeros años del siglo xx las más vastas concentraciones.
El viejo capitalismo en el que dominaba plenamente la libre competencia se distinguía porque su propósito esencial era el de exportar mercancías; el capitalismo que se desarrolla a partir de esos años exporta capital.
El crecimiento del cambio tanto en el mercado interno como en el internacional ha sido el rasgo característico del capitalismo. El desarrollo desigual, a saltos, de las más variadas empresas y ramas de la industria es inevitable bajo el sistema de producción capitalista. Gran Bretaña evolucionó más rápidamente que las restantes grandes potencias europeas, y hacia mediados del siglo xix, al introducir el libre cambio, le permitió ser el “taller del mundo”, el proveedor de artículos manufacturados para todos los países los cuales a su vez le proveerán de materias primas. Pero este monopolio de Gran Bretaña se vio superado ya a fines del siglo xix pues los demás países al adoptar aranceles de protección se habían convertido en estados capitalistas independientes. Al finalizar ese siglo el mundo asiste a la formación de monopolios de otro género: uniones monopolistas de productores de todos los países de capitalismo desarrollado en primer término; preponderancia monopolista de algunos países avanzados en los cuales la acumulación de capital había llegado a volúmenes considerables. De ambos surge un cuantioso exceso de capital cuya posibilidad de inversión constituye el acontecimiento sobresaliente de ese período.
Las inversiones, la posesión de colonias, las zonas de influencia; el reparto virtual del mundo es, en suma, la actividad incesante de las grandes potencias. Jules Ferry la sintetizaba en la cámara francesa de 1885 diciendo: asear salidas a una emigración francesa que sin duda no habla «No era ya posible Industrias, exportaciones y capitales. Esto es una necesidad en El hecho es que su capacidad productiva reclamaba de más sus capitales, sino la provisión de materias primas para la industria y la alimentación en renovadas y cada vez más amplias exigencias. La acumulación de su población en las ciudades y desde luego en sus extensos talleres, había hecho posible la existencia de un movimiento obrero de defensa de su nivel de vida y de mejora de sus condiciones de trabajo. Las sucesivas concesiones que el mayor impulso de los solicitantes impedía denegar, reducían paulatinamente la jornada de trabajo y aumentaban en análoga proporción el monto de los salarios. El desequilibrio resultante era preciso reclamar en forma de alimentos de bajo costo que solamente podían proveer los países dependientes y coloniales; y en cuanto al exceso de la población flotante sobre los límites necesarios a su finalidad era además una imposición que revestía cada vez
En este clima y bajo estas consignas se inicia en la Argentina el período de instalación del frigorífico. El Gobierno Nacional está instalado en su propia sede y puede comenzar una política constructiva y de sano y vigilante avenimiento con el capital extranjero que pugna por condiciones favorables a su instalación en el país. Diversas iniciativas mayor apremio, concretan en efecto la iniciación de una fase constructiva en la política argentina. La ley que dispone establecer el régimen municipal en la Capital Federal, la que crea la unidad monetaria en el país; la que organiza los tribunales de la ciudad de Buenos Aires; que resuelve instalar la caja de ahorro; la que modifica y adapta el funcionamiento de la aduana; la de correos, telégrafos y teléfonos: diversas otras referentes obras públicas como las de su puerto; la de educación común y la que crea el estatuto.

El poder central perfectamente consolidado se adapta litoral al interior», fórmula que resumía todavía las urgencias del país; es decir llevar los ferrocarriles, el telégrafo, los bancos y el ejército nacional con el objeto de facilitar las relaciones económicas y por supuesto culturales entre las diversas regiones de manera que ni uno ni otro resulta en instrumentos de dominación del poder central sino vínculos apropiados a su desenvolvimiento. Era necesario incorporar el capital extranjero, restándole ese carácter absorbente y exclusivista que se deducía de su propia modalidad; y ello podía obtenerse acaso impulsando una capacidad de transformación que habría de modificar la estructura interna del país. ¿Si éste había realizado la fatigosa tarea de conquistar el desierto en una campaña de pocos meses para extender los campos apropiados a la cría del ganado, podía dudarse de su habilidad para poner en escala moderna las diversas inquietudes del interior?
Porque en realidad durante el período que se inicia en 1880 la estructura económica del país experimentó una profunda adaptación a los intereses del capital extranjero que indudablemente traía consigo, y, tal vez sin proponérselo, un enérgico estímulo progresista. El problema consistía en satisfacer esos intereses manteniendo un equilibrio entre las zonas afectadas por estos últimos y las que le eran indiferentes. La exaltación de aquéllas surgía como una imposición ineludible de esos intereses; pero de la forma de obtenerlo dependía que esta zona ignorara a la otra o mantuviera su solidaridad con ella.
El frigorífico se instala pues hacia 1883 pero su acción revolucionaria no es inmediata. El salto cualitativo que ella supone comienza a realizarse entonces, pero la modificación que impone a la técnica y a la economía ganadera exige un período que se prolonga hasta finales del siglo. Esa modificación comienza por afectar al sector ovino. La razón consiste en que a causa de la producción de lana las majadas fueron mestizos de manera sistemática desde muchos años antes, y si bien ellas lo fueron con el objeto de producir esencialmente lana, la vigencia de la grasería desarrolló con cierta extensión la cría del carnero capacitado para la producción de grasa. La incorporación, en apariencia prematura de los reproductores Rambouillet y Lincoln, ya en 1875, indica una decidida tendencia a la diversificación y desde luego a impulsar la raza productora de carnes. De todos modos lo evidente es que el aumento de las
majadas que supone el funcionamiento del frigorífico lejos de reducir la producción de lana habría por el contrario de a de 1883 y a partir de 1885 comienza su ritmo ascendente hasta entre 60 y 100 mil toneladas debido a la incidencia de otros factores.
En cuanto a la faena de vacunos y en realidad ambas actividades, faena y exportación, pueden identificarse porque el frigorífico demorara muchos años antes de atender también al mercado interno, si bien se inicia en 1885, necesita aún una docena de años para presentarse en la estadística bajo cifras significativas. Su proceso de mestización indispensable para el consumo del exterior demora aún algunos años. El censo de 1895 había permitido localizar en Buenos Aires el 50% de animales criollos, el 49 de mestizos y solamente el 0,6 % de puros. La provincia de Santa Fe tenía respectivamente el 59 %, el 40 y el 0,5 % de sus rodeos y la de Entre Ríos el 80 % de criollos, el 19,2 % de mestizos y el 0,6 % de puros. Estos porcentajes explican pues la lentitud con que se realiza el proceso de referencia y a la vez el obstinado mantenimiento de las actividades del saladero. No obstante que estos establecimientos preparaban entonces un tipo de carne de mejores condiciones que la de algunos años antes, no cabe duda que le estaban destinados en su mayoría los animales no mestizados aún. Ambas circunstancias explican que el tasajo representará todavía en 1887 el 48%del valor total de las exportaciones pecuarias del país; en 1897 era el 22 %, pero pocos años después su gravitación era ya imperceptible. Debe recordarse que el alto porcentaje de criollos que en 1895 poseía aún la provincia de Entre Ríos dependía del funcionamiento de sus numerosos saladeros y que en esa época era ya la única provincia argentina que dispusiera de esos establecimientos.
El ganado bovino se exportaba además en pie para él contaba a mantener al ganado criollo no obstante que entre el del último del 50 %. A partir de 1895 comenzó a exportarse males mestizados lo que implicaba una verdadera competencia al frigorífico. Debe recordarse que la iniciativa de estos establecimientos corresponde a Tarrasón, un antiguo calderita de San Nicolás, quien en cuanto el nuevo procedimiento se dio a publicidad se apresuró a transformar, modernizando, su saladero. Éste pudo funcionar hasta la época mencionada en que el método de exportar en pie le indujo a aceptar la imposición de arrendamiento formulada por los otros establecimientos, el de Zárate y el de Campana, que responden al capital británico.
Los establecimientos de referencia tomaron pues posesión del de Tarrasón y lo mantuvieron indefinidamente inactivo. La exportación de bovinos en pie que durante los diez años precedentes a 1893 había quedado debajo de los 100 mil animales por año, pasaba de 400 mil en cuanto fue iniciado el tráfico hacia Gran Bretaña; durante los años en que él tuvo lugar las cifras de la exportación estuvieron siempre sobre los 300 mil animales; ella se mantuvo hasta 1900. En esa fecha se había producido en la Argentina el acuerdo entre los tres frigoríficos británicos en explotación y por supuesto entre los dos que pocos meses después iniciaron sus tareas y cuya construcción y planeamiento debe suponerse existente hacia 1900. El pool británico de la carne queda pues establecido a partir del instante en que el establecimiento de Tarrasón era arrendado para cerrarlo. Se puede expresar en consecuencia que la industria frigorífica surgió y se afianzó sobre la base del monopolio.
Hacia fines de 1899 Gran Bretaña había conseguido localizar una epizootia de fiebre aftosa en los ganados introducidos desde la Argentina y en base a ello prohibía la importación en pie. El análisis de estos hechos revela que los novillos en pie vendidos en los mercados de Cardiff y de Liverpool a precios de 80 hasta 110 pesos oro dejaban al ganadero argentino desde 30 hasta 42 pesos oro y ello explicaría el rápido aumento de las cifras que miden ese comercio. La flota británica había transformado sus unidades en establos oceánicos en los que debía destinar un cierto espacio para movilidad del animal a fin de que durante la travesía no experimentará excesivas pérdidas; debía transportar grandes cantidades de agua y de alimentos y destinar una parte de su tripulación a la atención de ese inquieto pasajero.
Era en suma un transporte antieconómico. Por lo demás, la matanza en Gran Bretaña implicaba la pérdida de numerosos subproductos porque ella se realizaba en mataderos camuflada británica había necesitado por otra parte un cierto tiempo para incorporar a sus recursos la cámara frigorífica en dimensiones tan voluminosas como lo exigía el continuo aumento del tráfico. Hacia 1900 estaba en condiciones de satisfacerlo y de ahí el recurso de la epizootia. Es indiscutible que desde el punto de vista técnico y aún desde el que interesaba al ganadero, la instalación del frigorífico en substitución del transporte en pie era un progreso notorio. La estabilidad industrial que significa la implantación de ese establecimiento y la mayor diversidad en la utilización deberían contribuir a mejorar los precios que pagaba al productor de la materia prima, aparte de que de su funcionamiento podía deducir el país una mayor suma de ocupación. Y ésta era además otra de las razones que indujeron a extremar las reservas higiénicas; la mano de obra argentina era por supuesto mucho más barata que la británica y en consecuencia el rendimiento de esta industria tenía en este hecho un motivo de crecimiento.
Las precauciones sanitarias del gobierno británico contribuyeron pues a arraigar los capitales británicos en nuestro país pero debe expresarse que ese arraigo no contribuyó de ninguna manera a transferir a la Argentina los mayores beneficios que significaba la exportación de la res sacrificada sobre el envío en pie; los mayores beneficios que se deducen de la total utilización del animal no quedaban en el país, como generalmente y con un poco de precipitación se divulga; estos beneficios contribuyen a mejorar el resultado del negocio, es decir a enaltecer el rendimiento del capital invertido en esta industria; la larga lucha a ratos enconada, por lo común displicente, librada por los ganaderos argentinos en defensa de sus intereses es suficientemente elocuente en lo que se refiere a los aspectos positivos que tuvo la incorporación de esta industria y a los claroscuros en que ella se desenvolvió siempre.
La total modificación del panorama en que se desarrollaban las industrias agropecuarias en la Argentina se realiza de manera profunda en los últimos años del siglo xix.
La influencia del frigorífico se puede expresar de múltiples maneras: primero por el desarrollo de la exportación del congelado (ovino y bovino sumados); segundo por el desarrollo de la exportación de productos agrícolas (trigo, maíz y lino); y tercero por el de la red ferroviaria. Los dos primeros acontecimientos, exportación de cereales y de congelado, se traducen por curvas paralelas y a ratos coincidentes, lo que indica su común ascendencia: en cuanto al tercero, el ferrocarril, su curva de desarrollo presenta dos períodos bien definidos, el que media entre los años 1866 y 1895 y el que transcurre a partir de 1900. Durante el primero, el desarrollo de la red ferroviaria se realiza en función de la producción de lana; la curva que caracteriza a ambos presenta un paralelismo notorio: a partir de 1900 el F.C. no es ya una función de la lana sino del congelado y de los cereales. Las tres curvas se desarrollan presentando la misma pendiente, es decir progresan de manera simultánea, a tal punto que se confunden frecuentemente.
Pero entre ambos períodos ocurre el que media entre 1895 y 1900, en el que la curva del progreso ferroviario presenta una inflexión. Se sabe que la curvatura constante indica que el hecho que ella traduce se desarrolla de manera normal; en tanto que la inflexión, o sea el cambio de signo de la curvatura, denuncia que en ese momento ocurre una modificación en la calidad del suceso. En nuestro caso es la terminación del ciclo de predominio de la lana; entre los años mencionados se produce pues la declinación de la exportación de lana y el simultáneo proceso de ascenso de la de congelado y cereales. Los tres factores dependientes directamente del frigorífico, ferrocarriles, cereales y carne congelada, logran pues, a partir de 1895/900, la posición de predominio que corresponde al establecimiento industrializador en este período de Ia economía argentina. Ese instante comprendido entre 1895 y 1900 representa en la Argentina la terminación de las industrias agropecuarias en su aspecto puramente extractivo y el pasaje de ellas a la etapa de transformación.
Como lo hemos expresado antes la materia prima había sido suficientemente mejorada mediante un proceso voluntario y consciente y era ahora manufacturada por una implantación mecánica capaz de obtener de ella los más altos rendimientos. En la época del saladero la materia prima cuya obtención significaba sólo el cumplimiento de la etapa extractiva y que revestía un bajo valor era sometida a un proceso rudimentario y de técnica artesanal. El frigorífico introducía en esta industria el más alto grado de mecanización y lo introducía en todas las etapas del proceso: creación de la materia prima, manufactura y transporte. Había transformado la estancia primitiva hasta recordarle el carácter de una fábrica de vacunos y de ovinos y el transporte hasta mecanizar en todas sus fases: la ferroviaria, la portuaria y la marítima. Preparaba así a la Argentina para una nueva modificación cualitativa de su economía; la que introducía en sus costumbres técnicas profundamente la industria manufacturera y le acordaría el predominio de sus labores.