Comienzo de la agricultura extensiva

Al considerar el desarrollo de la agricultura en el aspecto con que él aparece a partir de la instalación de las colonias de Santa Fe y al impulso que significó la inmigración, no debe suponerlo como una consecuencia, aunque sea lejana de la antigua agricultura, que se hallaba diseminada por diversos modernas ocurridas en algunos partidos de la provincia de Buenos Aires. Chivilcoy por ejemplo realizaba en cierta medida el cultivo agrícola a tal punto que hacia 1854, Parish le asigna una producción de 4.500 toneladas; en cuanto a la producción de las provincias, ella justifica que en el año mencionado se hayan despachado 6.000 toneladas de trigo por el puerto de Buenos Aires. Remontándonos aún a épocas anteriores, se debe recordar que el propio Parish atribuye el año 1837 al mencionado puerto un movimiento de 840 toneladas de harina y unas 250 de trigo. El movimiento que se inició en la Argentina posteriormente a 1862 tuvo muy poca relación con esos hechos de carácter aislado y cuyo objeto primordial era la atención del consumo interno. Esta nueva actividad significaba para la Argentina un cambio de rumbo casi radical en su producción y la orientaba de manera mucho más vigorosa que diversos hechos anteriores hacia el mercado británico: la exigua extensión de Gran Bretaña no le permitía ya continuar alimentando una masa de población que crecía en forma considerable y que en la misma proporción abandonaba las tareas de producción de alimentos. Cuando unos conjuntos de circunstancias indicaron la conveniencia de realizarlo, Gran Bretaña abandonó todo propósito de obtener alimentos dentro de sus fronteras y los trasladó hacia lugares adecuados. La producción de trigo y de maíz había sido abandonada hacía tiempo: ella se proveía en la medida necesaria en el mercado norteamericano y dentro del continente, en la producción de Rusia. El primero presentaba, luego de la guerra de secesión, modificaciones muy profundas. El triunfo de los manufactureros que integraban el frente norteño suponía un notable incremento de la producción industrial, es decir la absorción creciente de mano de obra que sería tomada de la población del sur, ahora liberada y por lo tanto capacitada para una labor más cabal. En cuanto al mercado ruso, la liberación de los siervos, acordada con el mismo objeto, significaba un aumento de producción agrícola insuficiente sin embargo ante la industrialización cada día mayor de Gran Bretaña, Francia y Alemania, sus virtuales consumidores.

El comercio triguero debía pues expandirse y ganar zonas

de reciente incorporación; ellas debían ofrecer praderas del mercado triguero implicaba además la posibilidad de incompuestos; se enviará todo el material agrícola fabricado, como los necesarios para el funcionamiento de aquellos otros, en los talleres británicos, precediendo a los bancos y vinculados mediante una flota que en el acceso a los países productores llevaría el carbón y regresaría con los cereales. El mercado triguero sería ampliado con la producción de maíz que Gran Bretaña transformaría en carne de cerdo, de carnero o de novillo, y se complementaría con diversas otras forrajeras. Podía hacerlo también oportunamente con el algodón, las frutas, etc. En el cambio de productos alimenticios contra artículos manufacturados, Gran Bretaña salía enormemente favorecida porque un obrero-hora ocupado en estos últimos produce un valor muy superior al que resulta de afectar a la producción agrícola. Además, el trigo o el maíz cosechado a bajo costo y puesto en el puerto británico permite al fabricante alimentar discretamente a sus obreros y reducir sus jornales en la misma proporción en que se halla el costo de producción del cereal en Ia Argentina y en Gran Bretaña. Es en definitiva una estricta aplicación de la teoría de Ricardo.

La Argentina quedaría pues vinculada al mercado británico de manera mucho más estrecha que lo que la vinculaba en su momento el cuero y luego la lana. El cuero era adquirido efectivamente por el comprador británico, pero también lo adquirían los compradores franceses y holandeses, en tanto que la lana era comprada en su mayor proporción por los fabricantes belgas, franceses y norteamericanos. El pasaje del tasajo a la lana no había producido esa más estrecha vinculación que esperaba el ganadero criollo, desde luego porque la exigencia de lana en los talleres británicos respondía a la necesidad de tipos muy variados, uno de los cuales, acaso el de menor consumo, era el que producía la Argentina. La organización del mercado productor de cereales, era pues una obra de vastedad insospechada. Requería la incorporación de brazos en número considerable: el país debía limpiar sus zonas de praderas hasta hacerlas accesibles al colono: se debía trazar una densa red de transportes terrestres, conectados con los puertos mejor situados dentro de la zona fluvial de dimensiones realmente importantes. Y realizar todo ello bajo lo más despiadada que se haya realizado en la Argentina a fin índices y conducirlos a funcionar en armonía. Debe suponerse que esa magna obra requiriera un tiempo prolongado y que acaso el período de su organización se extendiera hasta los últimos años del siglo pasado. Porque debe recordarse que todo ello debía concordar además con los intereses de una clase de propietarios de la tierra, tradicionalmente dedicados a la crianza del bovino y del ovino y permanentemente opuesta al cultivo agrícola.

La agricultura comenzó pues a desarrollarse en la provincia de Santa Fe; tuvo su iniciación en las primeras colonias próximas a su ciudad capital, pero donde pudo desenvolverse con mayor extensión fue a lo largo de la vía férrea de Rosario a Córdoba. En 1875 se pudieron exportar 222 toneladas de maíz y poco más de 100 de afrecho; y en 1876, ya cubierta la cuota destinada al mercado interno quedaron para mandar al extranjero 20 toneladas de trigo. En 1880 la exportación de maíz había crecido hasta 15 mil toneladas, y la de trigo hasta poco más de mil, luego de haber contribuido el año anterior al volumen de exportación con 26 mil toneladas. Si a las cifras antes expresadas se agregan unas mil toneladas de lino y 2200 de forrajes resulta que la exportación de cereales sumaba ese año poco menos de 20 mil toneladas, cantidad insignificante si se la compara con la que será despachada 10 años más adelante; ella indicaba sin embargo que la organización de la agricultura y su trascendencia al mercado exterior estaba iniciada.

El trigo se desarrolló teniendo por eje a la línea férrea antes mencionada. Invadió la provincia de Córdoba y se expandió en su zona sur en la misma medida en que lo hizo el ferrocarril. Simultáneamente con el desarrollo del trigo, el maíz ocupó toda la zona limítrofe entre Santa Fe y Buenos Aires y avanzó sobre el sur de aquella provincia desbordando frecuentemente sobre la de esta última.

El desarrollo de la agricultura en Santa Fe y Córdoba fue independiente de la ganadería: en realidad pudo acrecentarse en la forma en que lo hizo justamente porque ambas provincias carecían en la época de su iniciación de una riqueza ganadera de cierta densidad. En Buenos Aires todos los campos situados dentro de la zona de fronteras estaban totalmente destinados a la ganadería: más aún el notable crecimiento de los ovinos, preferentemente, creaba ya en las proximidades del 80 un verdadero problema de ubicación; nos hemos referido antes a la invasión de ganados realizados por los propietarios bonaerenses a los campos de Córdoba y Santa Fe. Es claro que en la resistencia de Buenos Aires a la agricultura debe acordarse el verdadero valor a las costumbres de sus terratenientes; a la organización de la estancia, que no tenía ninguna relación con la agricultura, y aún a la estructura comercial que estaba realizada con el objeto de negociar cueros, cerda, carne y lana. El ganadero estaba habituado a manejarse con muy poca gente de labor; una majada de 5000 cabezas que ocupaba una legua aun en campos no correctamente alambrados podía manejarse con tres hombres. Si esa misma extensión se destina a la agricultura mediante la colonización practicada en chacras de 33 hectáreas, entraban 75 fracciones que alojarán a más de 350 personas. Por último, la situación de la ganadería, aun suponiendo que la explotación del vacuno rindiera poco no constituía un negocio tan ruinoso como para imponer la alteración de costumbres inveteradas. Olivera afirma que en 1867 la del vacuno producía todavía alrededor del 6% en tanto que la de oveja estaba sobre el 15%.

El cambio de rumbo en la explotación de la tierra debía pues responder a causas más profundas y hallarse impulsado por argumentos más decisivos.

Esas causas se hicieron presentes en cuanto el frigorífico constituyó una realidad visible e impuso un tipo de materia prima cada vez más depurado: ello ocurrió posteriormente a 1880 cuando la producción nacional de ovinos fue bruscamente orientada hacia la fabricación integral, es decir la de lana y carne y cuando por extensión fue apresurada la mestización del vacuno. Ambas condujeron a la mejora de los pastos naturales mediante la siembra de forrajeras y de cereales. Este proceso comienza en Buenos Aires en los últimos años de la penúltima década del siglo y se intensifica entre 1890 y 1910.Las cifras más lejanas a que deba acordarse alguna confianza datan de 1881 y ellas establecen que en esa provincia había unas 190 mil hectáreas sembradas; 100 mil con trigo y el resto con maíz. Desde luego esa superficie estaba emplazada en una zona en la que la explotación ganadera constituía una actividad fundamental, pero era también la más poblada; la integraban los partidos de Monte, Lobos, Navarro, Chivilcoy, Junín, Rojas, Chacabuco y Pergamino. El Anuario Estadístico de Buenos Aires consigna que en 1888 la superficie total bajo cultivo excede de 700 mil hectáreas de las cuales 250 mil de trigo y 500 mil de maíz. Si se advierte que la superficie total bajo cultivo en la zona litoral no era inferior a 800 mil hectáreas en 1880 y era de 2 millones y medio en 1888 se puede concluir que la agricultura en Buenos Aires había progresado entre esas dos fechas decididamente importantes dentro de nuestro proceso económico, de manera mucho más lenta que en Santa Fe y Córdoba donde se hallaba la casi totalidad del trigo, y que el aumento registrado en la superficie sembrada en Buenos Aires con maíz resultaba ampliado por invasión de los cultivos santafesinos en cuya zona sur se realizaban intensamente.

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